El pasado 2 de octubre unos autodenominados anarquistas (Comando Insurreccional Mateo Morral) colocaron un artefacto casero, de escasa potencia, en la Basílica del Pilar de Zaragoza. La célula terrorista lleva el nombre del anarquista que atentó contra el Rey Alfonso XIII en 1906. La bomba, cargada con dos kilos de pólvora negra y un sistema de activación mediante reloj, fue colocada debajo de un banco y en la llamada vía sacra del altar mayor, muy cerca del coro y del soberbio órgano, que deberá ser restaurado. Hizo explosión a las 13:50 y causó daños materiales destrozando varios bancos y hubo desprendimiento de escayola del techo, gran polvareda pero no daños físicos, salvo una señora que sufrió una lesión en el tímpano, y a pesar de que a dicha hora suele haber todavía fieles en la Basílica, y a que en ese momento los alumnos de dos colegios de Zaragoza y Valladolid recorrían el templo en visita guiada.
Rápidamente se convirtió en noticia de alcance nacional. Y la memoria de la inmensa mayoría de zaragozanos y de muchos españoles se retrotrajo al infausto 3 de agosto de 1936. En aquella fecha, dos semanas después de iniciada la guerra civil, un fokker republicano despegaba del aeródromo del Prat en Barcelona, hacia la una de la madrugada, con destino a Zaragoza.
Lo pilotaba el alférez Manuel Gayoso Suárez, aviador militar en situación de supernumerario y al servicio de las Líneas Aéreas Postales Españolas “L.A.P.E.””. Hay razones que hacen suponer que el citado Gayoso realizó semejante acción sin recibir la orden para ello y únicamente con el cofrade beneplácito del jefe del aeropuerto del Prat, el piloto aviador Felipe Díaz Sandino, teniente coronel de Infantería; aunque, eso sí, interpretando el sentir y la opinión de las autoridades republicanas de la Generalidad de Cataluña. El trimotor pilotado por Gayoso cargaba cuatro bombas de 50 Kg. cada una y al llegar a Zaragoza, poco después de las dos de la madrugada, dio varias pasadas volando bajo, a unos 150 metros, y casi rozando las torres del Pilar.
Las versiones más fiables cuentan que a las tres menos cuarto el piloto lanzó tres bombas, manifiestamente dirigidas hacia la parte del templo en la que se venera la imagen de la Virgen del Pilar, pero ninguna hizo explosión. Hay también quien añade que lanzó la cuarta bomba, que cayó directamente en el río Ebro. Está constatado que una de ellas quedó clavada en la calle, a escasos metros de la fachada principal del templo y, después de levantar varios adoquines, dejó en el pavimento la silueta de una cruz.
Otros dos artefactos cayeron sobre la Basílica, uno atravesó la bóveda exterior dando en el nervio de la bóveda de descarga de la Santa Capilla. La otra cayó muy cerca de allí, atravesando también la bóveda exterior y el techo para dejar perfectamente visible la huella al atravesar éste y en él el fresco de Goya en su parte inferior derecha, así como en la adyacente orla. Evidenciaron la intención del piloto de dañar el mismo corazón de la basílica y, al no explosionar, causaron daños más de tipo artístico que materiales.
Así pues ninguna de las bombas llegó a explotar a pesar de que se supone que sus espoletas funcionaban correctamente, pues caso contrario resulta verdaderamente absurdo realizar todo un raid nocturno de guerra para no obtener ningún resultado. Hay quienes opinan que las bombas no llevaban espoleta o que estaban desactivadas, lo que es difícil de creer pero que en resumidas cuentas ya es lo de menos.
Lo cierto es que se produjeron daños artísticos de enorme importancia, puesto que el fresco pintado por Goya en 1772 para el coreto de la Virgen, representando la “Alegoría de la Divinidad o de la Gloria” según el conde de la Viñaza o, a partir de Gudiol, la “Adoración del nombre de Dios por los Angeles”, fue agredido directamente en tan salvaje como alucinada agresión. Nunca pensaría Francisco de Goya que esta obra, cuyo boceto fuera aprobado por el Cabildo por ser “pieza de havilidad y de especial gusto” llegaría a verse tan directamente involucrada en un atentado odioso y brutal contra su Virgen del Pilar. Y que, por añadidura, desde su creación es parte muy notable e importante del Patrimonio artístico de la Nación.
Esa misma mañana del 3 de agosto fue llevada una de las bombas a la empresa Talleres Mercier, especializada desde muchos años antes en la fabricación de material bélico, para su estudio y desarmado. Es de suponer que se elegiría aquella que se encontrase en mejor estado general tras el ataque. Talleres Mercier sería militarizado dos días después, el 5 de Agosto. Y se estableció en sus dependencias la Comisión Regional para la Fabricación de Material de Guerra en Aragón, bajo la coordinación general y jefatura del coronel de Artillería e ingeniero industrial don Antonio de Diego García quien, como teniente coronel retirado, había sido incorporado al servicio activo con esta misión. Pero Talleres Mercier no sólo encabezó estas tareas, sino que ejerció también la coordinación del trabajo en el resto de las fábricas de la zona.
Con una plantilla más que adiestrada, y habituada a realizar trabajos de precisión y especial dificultad técnica, se procedió a copiar íntegramente la bomba, puesto que su modelo era inexistente en el lado nacional, y a su posterior fabricación en serie. Las dos bombas restantes, restauradas y niqueladas, se exhiben en una pilastra de la Santa Capilla con una leyenda que dice: “Dos de las tres bombas, arrojadas contra el S.T.M. DEL PILAR, el día 3 de agosto de 1936”
Como prueba de la habilidad no sólo técnica sino también artística de los Talleres Mercier y de todo su personal, baste recordar alguna de las piezas realizadas por el obrero Venancio Serrano, autor de unos pocos ejemplares de proyectiles de artillería, del calibre 10,5 cm, esculpidos en la ojiva con la imagen de la Virgen del Pilar. Destaca entre ellos una pieza singular representando el bombardeo de la Basílica, en un estilo artístico ingenuo y verdaderamente afortunado.
De esta involuntaria manera quedaron unidos, una vez más, el insigne maestro Francisco de Goya y la Virgen del Pilar, patrona de Zaragoza, de Aragón y de la Hispanidad, de la que él mismo dice, en carta a su amigo Zapater en julio de 1780 que “para mi casa no necesito muchos muebles, pues me parece que con una estampa de Nuestra Señora del Pilar, una mesa, cinco sillas, una sartén, una bota y un tiple y asador y candil todo lo demás es superfluo”.
Gonzalo de Diego