Persona delicada y especialmente atenta a cuanto de arte veía alrededor, no se perdía una manifestación, acudía a todas las exposiciones –incluso a la inauguración si nada se lo impedía- y se mostraba elegante y positivo en sus apreciaciones, que no juicios, sobre el trabajo y la intención de los otros. Prefería callar antes que señalar.
Tuve la fortuna de tratarlo personalmente pues nos habíamos re-encontrado en los setenta, recordando los viejos tiempos de los sesenta en la Academia de don Alejandro Cañada. Yo preparaba Arquitectura y él su ingreso en Bellas Artes. El fue para Barcelona y yo para Madrid…. hasta reencontrarnos una década mas tarde en la común Zaragoza.
Cuando, ya retirados ambos, nos veíamos en la galería de Isabel Bailo, galerista, amiga y excelente vendedora de las de verdad. Es decir, de las que vendía mucho e inmediatamente pagaba al artista. Una galerista veraz, digna heredera de la rectitud y honradez paterna. En realidad, la desvergüenza de vender arte y no pagar al artista es, además de demasiado habitual, tan sencilla como estúpida, pobrecitos artistas, aunque al autoproclamado “galerista” le pongan por las nubes en un medio supuestamente artístico como el que ha sido habitual en la provinciana Zaragoza de los 80s, 90, y ss.. En ese ambiente general, con opiniones tan superficiales como infantiles, han ido repitiéndose, a oleadas, las generaciones de insolventes líderes de opinión y cronistas advenedizos, sin parar de encumbrar a una larga nómina de mediocres subvencionados. Y así le luce ahora el pelo a la ciudad en esta mala hora de la crisis moral y económica generales…… en la que por fortuna han tenido que venir de fuera, CaixaBank, para enseñarnos que lo correcto es lo que aquí se ha despreciado durante años.
Aprovechábamos para nuestras buenas charlas con un café por medio y hablábamos de Zaragoza, de sus artistas y del llamado “ambiente” artístico. Por entonces yo redactaba mi ensayo sobre “Goya al límite” y le comentaba los ánimos que desde el extranjero me llegaban de parte de buenos amigos como Jan Martens y Hal Robinson, de los colegas del MGIP (Motovun Group of International Publishers) que como escribe Jean Arcache, su actual Presidente y director de la editoral “Place des Editeurs”, de Paris “first and foremost, is a group of friends who enjoy editing exceptional books”; así como de otros importantes editores y responsables de publicaciones de grandes museos internacionales. Satisfacciones personales exclusivamente disfrutadas desde la intimidad y sólo confiadas a los verdaderos amigos. Eduardo era uno de esos pocos dignos de la confidencia; al fin y al cabo, además de amigo, siempre fue persona muy discreta e inteligente… que sabía captar la verdad de la satisfacción del deber vocacional, y distinguirla de la paja plumífera y falsa de una banal egolatría.
Utilicé libros de su estupenda biblioteca y aún tuve el honor de recibir su regalo de “El mundo de Goya en sus dibujos”, de don Enrique Lafuente Ferrari. Gracias, una vez más, Eduardo.
Por cierto que en cuanto a Goya solíamos comentar todo lo que con él tuviera relación, en esta patria chica del más grande artista que dio Aragón. Desde los aciertos y desaciertos de las iniciativas y exposiciones locales o las falsas atribuciones que, de vez en cuando, intrépidos coleccionistas y gentes interesadas lanzan al aire castizo de la zona. O las nuevas obras que algún especialista atribuye a Goya sin tener en cuenta la imposible anatomía y los fallos clarísimos que la susodicha pieza grita al mundo.
En fin, de todo un poco, de la frivolidad mundana de una ciudad como Zaragoza y también conversaciones y encomiendas de mayor fuste. Como cuando a propósito de la luz en el paisaje zaragozano Eduardo señalaba acertadamente la sutileza de grises y ocres en la paleta de Goya y yo mismo le animaba a escribir y hacerlo público en el blog de “Realgoya”. Pero los artistas son reacios a escribir sobre esta clase de cosas. También desde hace años otro pintor, Jorge Gay, tiene mi invitación a hacerlo sobre los rosas goyescos…… sin resultado hasta ahora mismo.
Conversaciones siempre interesantes y jugosas sobre el arte y los artistas. O sobre organizadores de exhibiciones y críticos de arte (los llamados creadores latentes) defensores de experiencias individuales como un David Silvester, con ocasión de la exposición de Francis Bacon en Madrid (Museo del Prado). El mismo David Sylvester que en el 1992 y tras veinte años de trabajo presentaría en el Grand Casino de Knokke (Bélgica) los cinco volúmenes del Catalogue Raisonné de Magritte. Y a cuya presentación europea, bajo los auspicios de la Fundación Menil de Houston, tuve el honor de ser invitado.
Conversaciones, cambios de impresiones, información de ida y vuelta, siempre activas, enriquecedoras, amenas e interesantes que únicamente frustraría la enfermedad de Eduardo. Supe por él mismo de sus problemas de salud y nos veíamos menos, pero hablábamos por teléfono de vez en cuando, aunque no nos viéramos desde la Navidad pasada, terminado el gran éxito de su exposición en La Lonja.
Eduardo falleció el 23 de Mayo en Zaragoza.
¿Qué puedo añadir?. Salavera era un tipo fino, educado y discreto que supo hacerse un nombre en su ciudad natal sin estridencias, ni poses gratuitas; con sencillez y la verdad de su pintura por delante; con todo el color siempre luminoso hasta en pinturas de las costas inglesas, en recuerdo de las visitas y algún verano junto a la hija allí residente. Fue alguien que tuvo la fortuna de pasar por la vida enterándose con curiosidad de lo que ocurría a su alrededor y que se ha marchado con el deber cumplido. También con él aprendí que para poder ser un hombre justo e inteligente en la madurez, hay que ser capaz de dar esperanza, que es el deber de los agraciados con el talento (Capote) . ¿No hay mediocridad? ¡Pues cómo no va a haberla, si somos imperfectos, caprichosos y débiles !. Y que en la madurez la primera pregunta de toda persona honrada es si realmente crees que te mereces lo que tienes. Lo escribe Salvador Sostres y lo suscribo de la cruz a la raya.
Ahí queda eso, podría decir, con la satisfacción que da –como mínimo- haberlo intentado honradamente. Con señorío. Muchas gracias, Eduardo. Qué bueno sería este mundo si todos hiciéramos lo mismo, a tu manera, con felicidad y con orgullo. Con la misma honradez y tranquilidad de conciencia que tú lo hiciste. Todos seríamos mejores.
Descansa en paz, amigo. Creo que te has ganado estar en un buen sitio.
Gonzalo de Diego