Ignacio Zuloaga Zabaleta (Eibar, 1870. Madrid, 1945), pintor de renombre internacional, fue un personaje fundamental, por no decir decisivo, en la pervivencia de la memoria de Francisco de Goya. Tanto en Francia y, más concretamente en Burdeos, como en Zaragoza, Fuendetodos y Zumaya en España.
Sabemos, a propósito de su vida en Francia (1), que reside allí por primera vez siendo niño, cuando su familia huye de las tropas carlistas en 1872-1875 y se instala en San Juan de Luz.
En 1883 marcha a Paris para proseguir sus estudios en un colegio de los Jesuitas. En 1889 vuelve de Roma y se instala en Montmartre, conociendo a Toulouse Lautrec y, sobre todo, a Maxime Dethomas, pintor y futuro director artístico de la Opera de Paris, conocida hoy como Opera Garnier. Este encuentro cambiará el curso de su vida: en 1895, año en el que E. Munch pinta El Grito, retrata a la hermana de su amigo, Valentine Dethomas, con quien contrae matrimonio el 18 de Mayo de 1899. El joven matrimonio pasa el verano en St-Médard en Jalles, en los alrededores de Burdeos, en la propiedad de los Dethomas, precisamente cuando la exhumación de Goya acaba de realizarse el 5 de junio. Faltan sólo unos meses para que Freud publique su Interpretación de los sueños.
Retrato de Valentine Dethomas por Ignacio Zuloaga
En los años siguientes Zuloaga visita cada vez más la ciudad y se integra en el Burdeos de Goya, en donde nacerá su hijo mayor. Poco a poco la mentalidad de Goya se impregna en él y siente una admiración profunda. Busca sus obras, las adquiere y habla de ello sin cesar. En 1901 afirma que posee cinco Grecos. “Y también tengo un Goya, de su mejor época. Y una plancha de cobre de sus aguafuertes. Es ciertamente el artista quien habla en estos términos, pero el hombre de corazón hará por el recuerdo de Goya lo que nunca nadie había hecho ni lo haría tras él”.
Pero volvamos un tiempo atrás para recordar que la primera iniciativa para hacer regresar los restos de Goya a España provino de la zaragozana Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País (RSEAAP), que en acuerdo del 6 de noviembre de 1863, a propuesta de don Francisco Zapater y Gómez, entre otros firmantes, requería “que fueran trasladadas a Zaragoza las cenizas del pintor aragonés don Francisco de Goya y Lucientes y que fueran depositadas en el Templo de Nuestra Señora del Pilar, en un sencillo y digno mausoleo que a este fin habría de erigirse”. Se pedía y aprobaba también que fuese la RSEAAP la que promoviera y pusiera los medios para que ambos propósitos se llevaran a cabo. La Real Sociedad se dirigió también a los descendientes de Goya, encabezados por su nieto Mariano y consiguió su aprobación.
De haber tenido éxito la doble gestión y acuerdo, los restos mortales de Goya descansarían hoy en El Pilar o, al menos, en su ciudad. Pero el empeño fracasó por falta de medios, “a pesar de haberse solicitado la ayuda de quienes la denegaron: las Reales Academias de San Fernando y de la Historia en Madrid, la de las Nobles y Bellas Artes de san Luis de Zaragoza, la del Ayuntamiento de Zaragoza, la de la Diputación Provincial de Zaragoza y la del Cabildo Metropolitano de la misma ciudad. De todas estas instituciones solamente el Ayuntamiento de Zaragoza prometió contribuir con sus fondos al traslado de restos y al mausoleo. Los demás se contentaron con ofrecer indeterminadamente su cooperación”(2). Habían transcurrido nada menos que 35 años desde la muerte de Goya y, sin embargo, quedaba de manifiesto el notorio desinterés de la parte culta de la sociedad española en general y zaragozana en particular por un genio de la calidad e importancia de Goya. Aragón había perdido también toda posibilidad de recuperar para su tierra el cuerpo del hijo posiblemente más ilustre de su historia. Y a esa misma historia posterior me remito.
Aún faltaba un segundo intento en 1869, éste en nombre del Gobierno Español en vísperas de la revolución de septiembre y también antes de la abdicación de Isabel II. Se pretendía y había acordado que Goya fuera inhumado en Madrid el 11 de junio. En esta ocasión el intento culminó en otro nuevo fracaso, porque en el último momento el Ministro de Obras Públicas de España mandó “suspender todas las diligencias….. por no haberse cumplido aún los 50 años de su muerte, fórmula precisa para casos semejantes”….. (sic). De esta manera seguía escribiéndose la historia….. y Aragón sumida en el mutismo más absoluto. Nada que decir, nada que hacer, nada nuevo que demostrar.
Monumento Funerario
Y llega el año 1899, han transcurrido otros 36 años desde el anterior amago y 71 desde la muerte y entierro de Goya en Burdeos. Ya no hay fórmulas precisas para casos semejantes, ni zoquetes ministros de cachiporra dispuestos a impedirlo. Tras otros 20 años de gestiones, idas y venidas, papeleos, movimientos en el propio cementerio de la Chartreuse e interminables informes, será a partir de octubre de 1888 cuando el Embajador de España recibe una orden para solicitar al Gobierno Francés el transporte a Madrid de los restos de Goya. Por el camino se constata la desaparición de su cabeza y eso que había sido amortajado con ella, y de cuyo asunto hay información aproximativa muy interesante, pero ¡por fin! nada va a impedir el definitivo traslado a España: a Madrid, por supuesto. De Zaragoza ni se habla.
Y será gracias a Ignacio Zuloaga, por cierto, que tengamos testimonio del interés de Zaragoza y sus instituciones privadas y no oficiales ni académicas, por Goya, por su pueblo natal, Fuendetodos, y por honrar, dar a conocer y perpetuar la figura de Francisco de Goya. Volvemos a la insigne figura de Zuloaga puesto que es a él y a su celo y lucha permanentes a quien tenemos que agradecer todos los aragoneses el que Goya tenga hoy una casa natal en Fuendetodos. Sí, una casa natal, y que dicho pueblo comenzase en 1903 a salir del más absoluto anonimato e ignorancia generales.
Tras visitar Zaragoza y trabar conocimiento con la realidad goyesca de la ciudad, en 1903 empiezan las visitas de Zuloaga al pueblo y sus indagaciones a propósito de la Casa de Goya acompañado por José Valenzuela de la Rosa y otros amigos zaragozanos. Lo cierto es que nadie en el pueblo sabe darles razón concreta de la dicha e ignorada casa natal, que identificarán definitivamente en 1913.
Gonzalo de Diego
FIN Primera Parte (Mayo 2017)