Por César Pérez Gracia

El Centro Botín de Santander, obra de Renzo Piano, expone ocho decenas de dibujos de Goya. Se considera que la genialidad es la excelencia contrastada en varios campos. Goya es un caso bastante obvio porque llegó a dominar varias vertientes de su oficio : pintor, grabador, dibujante. No hay nadie capaz de abarcarlo en todas sus facetas. De ahí su grandeza, que crece con el paso del tiempo. Goya trazó, borroneó, plasmó, un millar de dibujos. Digamos que produjo un dibujo cada dos semanas durante cuarenta años. Obviamente no todos sus borrones quitan el hipo. Pero, tiene la gracia umbría, si puede decirse así, de calarnos siempre con algún dibujo desconcertante. No son lo suyo, las «academias», digamos el dibujo a lo Bayeu o Mengs. Ceán contaba con gracia en su Diccionario que se ponía literalmente enfermo, cuando veía a Mengs rasgar, hacer añicos un dibujo, echarlo al fuego, porque al bohemio no le satisfacía. Ha habido dibujantes pasmosos, gloriosos, como Rafael o Rembrandt. Velázquez apenas ha dejado dos o tres bocetos de su mano. Goya se sentía heredero de Rembrandt en el grabado, pero como dibujante, yo diría que seguía la estela de Guercino, un maestro de la «aguada» barroca. Digamos un acuarelista de gran destreza con las tonalidades secretas de la tinta china.

En Santander, en el Botín de Piano, podemos ver un claro ejemplo del Goya Guercino, «Socorro», 1812-1820, que debería llamarse «Piedad», donde vemos a una dama y su camarera, socorrer a una anciana agazapada en el suelo.

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Al Mercado
Album F (17), 1812-1820

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Socorro
Album F (23), 1812-1820

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La atmósfera de luz y penumbra abrupta desprende el aroma de un adagio de Schubert. El chamarilero de la estampa anterior, «Al Mercado» podría ser un híbrido de Rembrandt y Guercino. Pues bien, son a mi modo de ver dos buenos ejemplos de la cima de Goya como dibujante, pero no con lápiz graso, sino con pincel a la aguada.

Luego o antes, pulula el Goya de los disparates dibujados, como «Cosa de Magia», donde vemos a un eclesiástico de rumbo, un canónigo con sus pomposas vestiduras, consultando una bola de cristal, mientras vuela por los aires. El Goya de los Disparates es único, inconfundible. Su humor visual resulta fulgurante.

Sin embargo, a veces parece salir en falso, como en el «Saturno», donde una estampa de terror resulta casi jocosa. Un viejo caníbal, un Calibán del Coso, no puede devorar cuerpos humanos con sonrisa de Voltaire, como quien se zampa un helado Haagen Dazs.

Maniatado en un camino
Album H (14), 1824-1828

El dibujo «Maniatado en un camino», 1824, refleja sus días de Burdeos, y vemos a un viejo en una pose a lo San Jerónimo, un eremita afrancesado, hmm, pero con los pies embutidos en una especie de saco de fuerza, que imagino utilizaban en los hospitales para reducir a los locos. El escenario es sucinto, el ramaje de una encina y un «tocón», una rama pelada de estampa fálica. ¿De qué males se acongoja este pobre viejo? ¿Son los males de la patria, del Madrid absolutista dejado atrás, o son los males de la edad, el invierno de Vejecía, del que hablaba Gracián? Hay una carta preciosa de ese tiempo en el que no puede ser más diáfano sobre las miserias del octogenario : «Agradézcame estas malas letras, porque ni vista ni pulso, ni pluma ni tintero, todo me falta y solo la voluntad me sobra», 20 diciembre 1825. Y en otro momento de esa misiva gloriosa, salta el maño con un desplante de fina zumba, cuando le invitan a copiarse a sí mismo, reciclando los Caprichos : «tengo mejores ocurrencias en el día». Es decir, con un pie en la tumba, el Coloso de Zaragoza, pese a estar medio ciego, sin pulso y sin dineros, azacanado en la ciudad portuaria de Burdeos, puerto negrero de campanillas en esa época, como lo fue Lisboa, sale por peteneras de artistazo que sabe mejor que nadie, las triquiñuelas de su oficio. A buenas horas le piden que vuelva a hacer caprichos cortesanos, tengo mejores ocurrencias hoy en día. No se puede decir más con menos palabras, un Séneca-Marcial del Coso.

De tiempo muy anterior, 1799, la época de Godoy, es la aguada con tinta de hollín, titulada El encuentro en el paseo, donde vemos a un galán farruco o bravucón, plantado ante una maja de espaldas. tirándole los tejos. El fulano posa como un gañán vestido de petimetre, piernas abiertas, manos a la espalda, y greñas de jacobino snob. Tiene toda la pinta de ser un retrato de Bonaparte, cuando todavía era cónsul, pero ya se le veía el pelo de la dehesa imperial. Machado retrató a Azorín como un reaccionario por asco de la greña jacobina.

Azorín fue buen lector de Montaigne, un francés francés como la copa de un pino. A su lado, Bonaparte es un botarate con humos imperiales. En todo caso, qué lejos estaba Goya, de sospechar que el Corso arrasaría su ciudad natal, porque dejémonos de aldeanismos zafios, en su cuadro de la catedral de Sevilla, se firma, como ciudadano de Cesaraugusta. Más claro, agua.

Para terminar la excursión, bien puede el espectador detenerse en la lámina «Comen mucho», trazada en Burdeos, casi con el pie en la tumba.

Comen mucho
Album G (55 (¿)), 1824-1828

Volvemos al humor infinito de Goya. Nos plasma y nos pasma con la figura de un viejo que alivia su vientre. Lo admirable es captar en semejante acción, acaso la más deslucida posible, un lado estético. Nadie ha dibujado jamás un culo más apolíneo y está como compensado por la simetría del rostro, que bien podría ser un autorretrato, lo cual le añade un plus de guasa marciana. Yo titularía esa estampa como «Caraculo», para pagarle al genio maño con su misma moneda. Lo dicho, la exposición de dibujos de Goya en Santander, vale el viaje.

César PÉREZ GRACIA